(Continuación-Última parte)
Parte 3/3
Abandonaron a los entrañables amigos y la siguiente escena que vio Marco
fue la pelada montaña del Tabor, hacia donde se encaminaban Pedro, Santiago y
Juan, que ausentes de los hechos, seguían la rápida ascensión del Rabí. Una vez
en la cumbre, junto a unos olivos, se detuvo el Señor y con la mano y en
silencio indicó a los otros que se sentaran a su vez. Se puso en oración y miró
al cielo insistentemente. En un momento determinado de la corta espera,
apareció la astronave luminosa que tanto conocía Marco -esta vez visible para
los ojos materiales pues su vibración había bajado- y tiró por tierra a Pedro,
Santiago y Juan que de golpe y sin saberlo se hicieron iniciados en un
conocimiento que les fue impuesto como secreto.
La nave se puso sobre los Apóstoles y Jesús a la vez que un cono luminoso
salió de su panza para absorber sin dificultad al Nazareno que ni siquiera
cambió su postura de meditación hasta que llegó a la portezuela inferior de la
panza del navío. Luego, aparecieron junto a él dos figuras grandiosas que los
Apóstoles no reconocieron, a pesar de vestir con túnica a la usanza judía más
arcaica. Al lado de los tres apareció un ser con buzo blanco de vuelo y después
de la sorpresa inicial les dijo así: "Estos dos varones que estáis
contemplando son los que adorais como vuestros padres Moisés y Elías, "La
Fraternidad de los Dos Iluminados" que nunca mueren y que han venido a
ratificar el pacto y el misterio.
La visión duró un rato corto hasta que los tres, Jesús, Moisés y Elías
desaparecieron en el interior de la nave donde se encontraba Enoc, y nadie supo
lo que allí pasó. Sólo quien vivió en la santificación del espíritu lo contará
cuando sea el tiempo.
Y le fue mostrado a Marco nuevamente el templo de cristal donde aparecían
felices los 72 y los 33, pues de un golpe se habían reunido para la comunión de
los compromisos "Los Cuatro Vivientes". Y el cordero baló con alegría
pues el rombo con los cuatro tronos se hizo resplandeciente porque en la Tierra
los cuatro seres estaban como una sola entidad sentados en los cuatro lados de
una mesa romboidal bebiendo el néctar de los Dioses o "agua de vida"
traída para ellos de las entrañas del astro que nos alumbra.
Como digo, nadie supo lo que allí pasó pero a partir de ese momento todo se
dispuso para la muerte del Cordero.
Así fue como en realidad ocurrió y no obstante así fue contado por el
Evangelista, con la única excepción de que a la nave debió llamarle " nube
".
"Aconteció como unos ocho días después de estos discursos que, tomando
a Pedro, a Juan y a Santiago, subió a un monte a orar. Mientras oraba, el
aspecto de su rostro se transformó, su vestido se volvió blanco y
resplandeciente. Y he aquí que dos varones hablaban con él, Moisés y Elías, que
aparecían gloriosos y le hablaban de su partida que había de cumplirse en
Jerusalén. Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño. Al despertar,
vieron su gloria y a los dos varones que con él estaban. Al separarse éstos,
dijo Pedro a Jesús: "Maestro, ¡qué bien se está aquí! Hagamos tres
tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías", sin saber lo
que decía. Mientras esto decía, apareció una nube que los cubrió, y quedaron
atemorizados al entrar en la nube. Salió de la nube una voz que dijo:
"Este es mi Hijo elegido, escuchadle". Mientras sonaba la voz estaba
Jesús solo. Ellos callaron, y por aquellos días no contaron nada de cuanto
habían visto."
Descendieron de la montaña y al paso les salieron los discípulos de Juan
que le comentaron la muerte del Bautista a manos del impío Herodes. Jesús se
retiró un momento junto al borde del camino, al pie de un olivo, arrancó una de
sus ramas y la tiró al polvo de la senda por la que transitaban. Los apóstoles
y los seguidores del esenio muerto le miraron interrogantes. El, alzando los
ojos al cielo, dijo: "¡Eloí, Eloí, lama Sabachtani!..." Y lloró junto
al olivo a la vez que le abrazaba pues su compañero muerto le había dejado ante
una soledad total para afrontar la misión para la cual había sido destinado
desde hacía miles de años.
La partida de Juan el Bautista al verdadero reino de la luz le hizo
exclamar ante todos: "¡Elías, Elías!, ¿por qué me has abandonado?..."
y viéndose ante estos hechos le entró miedo, no de la muerte como algunos creen
sino de su responsabilidad, pues su misión se veía ahora incrementada con la
llegada de los 72 del Bautista que le miraban despavoridos porque su pastor, el
hombre del desierto, el indomable león, les había dejado indefensos ante el
lobo. Sólo Jesús -el Señor del Sol- podía acogerles como hijos suyos y por ello
a él vinieron tal y como el Bautista les había indicado antes de morir.
Quiero hacer en este punto un reiterado inciso sobre las palabras
pronunciadas por Jesús en la cruz, que han dado pie a múltiples
interpretaciones. Incluso se ha dicho que Jesús se vio abandonado por el Padre
pues había desobedecido dejándose clavar en la cruz. Esto además de ser una
profunda necedad y una especulación, no conecta con la realidad que ahora os
revelaré. Jesús sabía perfectamente que iba a morir, incluso antes de su
nacimiento. Este hecho por tanto ya lo tenía asumido. Tampoco podía decirle al
Padre "¿Por qué me has abandonado?" pues él sabía que el trámite de
la muerte no era sino una liberación. De ahí que dijera al Buen Ladrón:
"Esta tarde estarás conmigo en el Paraíso". Si iba a estar en el Paraíso,
¿cómo podía sentirse abandonado?...Por otra parte, quien estaba en la cruz no
era Jesús sino Cristo, pues ya lo hemos dicho anteriormente, Cristo, que es el
Sol, no puede morir porque tiene detrás de él todo un sistema solar
dependiente. De ahí que se apagara el astro en el momento que el cuerpo de
Jesús expiró.
"¡Elías, Elías, ¿por qué me has abandonado?" es simplemente eso;
una llamada a Elías que él sabía que era el representante de la Tierra o la
Tierra misma, y su grito antes de morir referenciaba el abandono de la Tierra
ante el Sol. Al igual que al momento de anunciarle la muerte del Bautista, él
lloró pues veía que uno de los Cuatro Vivientes le abandonaba quedándose solo.
"Algunos de los que allí estaban, oyéndolo, decían: "A Elías
llama éste". Luego, corriendo, uno de ellos tomó una esponja, la empapó de
vinagre, la fijó en una caña y le dio a beber. Otros decían: "Deja; veamos
si viene Elías a salvarle". Jesús, dando de nuevo un fuerte grito,
expiró."
La plenitud del Maestro se dio en el monte Tabor cuando Los Cuatro
Vivientes se reunieron junto a él y le dieron fuerza. El Nazareno sabía que
sobre Juan estaba el espíritu de Elías, Señor del Mundo y Jefe de la Tierra,
por ello el grito del Nazareno reclamaba la presencia deseada del planeta por
el que moría.
Quizás os resulte difícil de entender pero el mundo de la jerarquía
superior tiene sus arquetipos y su lógica que no es la de abajo.
Esta referencia o vinculación de Elías y su liderazgo como Señor del Mundo,
la tenéis en el Evangelio:
"Cuando estos hubieron ido, comenzó Jesús a hablar de Juan a la
muchedumbre: "¿Qué habéis ido a ver al desierto?, ¿una caña movida por el
viento? ¿Qué habéis ido a ver?, ¿a un hombre vestido muellemente? Mas los que
visten con molicie están en las moradas de los reyes. Pues, ¿a qué habéis ido?,
¿a ver un profeta? Sí, yo os digo que más que un profeta éste es de quien está
escrito: "He aquí que yo envío a mi mensajero delante de tu faz, que
preparará tus caminos delante de ti. En verdad os digo que entre los nacidos de
mujer no ha aparecido uno más grande que Juan el Bautista. Pero el más pequeño
en el reino de los cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista
hasta ahora, el reino de los cielos está en tensión, y los esforzados lo
arrebatan. Porque todos los profetas y la Ley han profetizado hasta Juan. Y si
queréis oirlo, él es el Elías que ha de venir. El que tenga oídos que
oiga."
Habrá un tiempo en que el propio Elías gritará a su vez: "¡Helios,
helios (Sol), ¿por qué me has abandonado?" pues así lo dicta el karma. Pero
este grito sí sera al Sol y no hacia ningún personaje.
El Maestro dijo a sus discípulos: "Vuestra misión es preparar los
caminos de la luz que se han hecho carne y forma. Anunciad por tanto a los
hombres este evento y preparad la llegada de vuestros doce hermanos". Y
señaló a los Doce Apóstoles que poco o nada entendían de lo que allí ocurría y
les envió de dos en dos para que la jerarquía astral se multiplicara (72 x 2 =
144), siendo éste el número de los hijos del ermitaño o Señor de la Tierra,
cuyo número simbólico es el 9 o cifra de la plenitud que es bien visto desde
Orión.
Así ocurrió y así lo vio Marco, de lo cual da testimonio, y así lo contaron
para los hombres:
"Después de esto, designó Jesús a otros setenta y dos y los envió de
dos en dos, delante de sí, a toda ciudad y lugar adonde él había de venir, y
les dijo: "La mies es mucha y los obreros pocos; rogad, pues al amo mande
obreros a su mies. Id, yo os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis
bolsa, ni alforja, ni sandalias, y a nadie saludéis por el camino. En cualquier
casa que entréis, decid primero: La paz sea con esta casa. Si hubiere allí un
hijo de la paz, descansará sobre él
vuestra paz; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en esa casa y comed y
bebed lo que os sirvieren, porque el obrero es digno de su salario. No vayáis
de casa en casa. En cualquiera ciudad donde entráreis y os recibieren, comed lo
que os fuere servido y curad a los enfermos que en ella hubiere, y decidles:
"El reino de Dios está cerca de vosotros". En cualquiera ciudad donde
entráreis y no os recibieren, salid a las plazas y decid: "Hasta el polvo
que de nuestra ciudad se nos pegó a los pies os lo sacudimos, pero sabed que el
reino de Dios está cerca. Yo os digo que aquel día Sodoma será tratada con menos
rigor que esa ciudad."
-Maestro, dijo Marco en la nave
después de ver las imágenes, ¿por qué me mostráis estas cosas y por qué me
siento tan unido a Juan?
El Maestro le respondió:
-Aún te mostraremos más, hijo mío. Debes saber que cuando depositemos tu cuerpo
en tierra habrás olvidado todo pues así lo hemos programado para ti hasta el
tiempo de la Segunda Venida. Ten la seguridad de que uno de los que
contemplaban las escenas eras tú mismo.
-¡Imposible!, ¿cómo voy a ser yo si estoy aquí contigo?...
Y el Maestro giró la cabeza ante el visor a la vez que aparecían las mismas
escenas de unos momentos antes. Pero esta vez Marco se vio perfectamente entre
los 72. Era uno de los primeros que se habían acercado al Maestro, pero su pelo
era completamente blanco y rondaría los 60 ó 70 años, a juicio de su
apariencia.
-¡Debo estar loco!, decía Marco a la vez que se pellizcaba ante la sonrisa
del Maestro que con ternura le miraba al notar que sus ojos se habrían y
cerraban como se abren las ventanas de par en par a la luz de la mañana.
-Bien, hijo, ahora proseguiremos en otro momento decisivo que es bueno
asimiles y transmitas al hombre. De esta revelación depende la comprensión de
una verdad fundamental o de un rito sin sentido.
Y de nuevo vi las imágenes tristes y patéticas. Esta vez en el monte que
llamaban "El Calvario", Jesús, el Sol beatífico hecho carne, estaba
expirando entre dos crucificados más que eran ladrones conocidos por todos.
Los ojos del Rabí estaban posados sobre la astronave que contemplaba la
escena y que nadie veía, sólo él y uno de los ladrones, el que estaba a la
derecha.
Marco no estaba triste, un poco melancólico de observar a los que miraban
la escena de la muerte de su precioso Maestro. ¡Cuántas veces les había dicho!:
"Si cuando yo me vaya me lloráis como si estuviese muerto, tendré la
seguridad de que no habéis entendido nada". Pero la carne es débil y su
madre María, su discípulo Juan y los otros diseminados, contemplaban los
estertores de la muerte del cuerpo mientras que el espíritu crístico que en él
moraba se alegraba del sacrificio.
Gota a gota la sangre se iba perdiendo hasta que salió sólo agua. En ese
preciso instante, la luz del mundo -el Sol- se apagó al unísono del cuerpo de
Jesús que expiró junto al terremoto y el estremecimiento general de los
presentes.
-Maestro, ¿cómo es posible que al morir Jesús se apague el Sol?
-Tú lo comprenderás perfectamente. Harán religiones y ritos del
acontecimiento humano, que es bueno, pero sólo unos pocos entenderán que el
verdadero misterio está en la luz del Sol que desde aquel momento ya no fue la
misma que alumbró la materia. Por ello todos los Iniciados Solares del mundo se
alegraron con su muerte pues fue mutación, aumento del biorritmo de la raza y
liberación.
El hombre puede morir en la cruz, y de hecho murieron muchos después de
Jesús pero sólo con él el sol de cada día se apagó y esto es una cuestión que
los astrónomos de tu tiempo juzgarán como imposible, y sin embargo así se dio y
así se dará de nuevo al final de esta generación. Lo contó así el Evangelista:
"Era ya como la hora sexta y las tinieblas cubrieron toda la Tierra
hasta la hora de nona, oscureciéndose el Sol y el velo del templo se rasgó por
medio. Jesús, dando una gran voz, dijo: "¡Padre, en tus manos entrego mi
espíritu!", y diciendo esto, expiró".
Y Cristo salió al sol, que es el único Padre Creador de nuestras carnes y
materias, mientras que el espíritu de Jesús -que vivía en Juan- tomó de nuevo
el cuerpo del crucificado para preparar su ascensión, que también me fue
mostrada y doy testimonio de ello. Jesús marchó en la astronave que siempre
estuvo siguiendo todo su misterio por la Tierra y después de despedirse de sus
amados Discípulos y habiendo pasado 40 días desde su resurrección, ascendió por
el pasillo de luz proyectado por la nave ante la presencia atónita de los ocho
Apóstoles, no de doce como se cree pues tres, Pedro, Santiago y Juan, ya lo
habían vivido antes en el monte Tabor, y Judas para entonces había muerto.
Y desde la misma astronave que le hizo partir, vendrá con poder y gloria al
final de los tiempos. Primero deberá anunciarse como "relámpago de oriente
a occidente" ya lo ha hecho y lo hemos comentado pues a nosotros
corresponde hacerlo- y ahora, a la luz de la revelación entenderéis mejor este
párrafo del Evangelio, si como siempre, a la nube la cambiáis por nave y a los
"dos varones" por seres del espacio:
"Diciendo esto fue arrebatado, a vista de ellos, y una nube le
sustrajo a sus ojos. Mientras estaban mirando al cielo, fija la vista en él que
se iba, dos varones con hábitos blancos se les pusieron delante y les dijeron:
"Hombres de Galilea, ¿qué estáis mirando al cielo? Ese Jesús que ha sido
arrebatado de entre vosotros al cielo, vendrá como le habéis visto ir al
cielo". Entonces se volvieron del monte llamado Olivete a Jerusalén, que
dista de allí el camino de un sábado. Cuando hubieron llegado, subieron al piso
alto, en donde permanecían Pedro, Santiago, Juan y Andrés, Felipe y Tomás,
Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo y Simón el Zelotes y Judas de Santiago.
Todos estos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María
la Madre de Jesús y con los hermanos de éste."
Marco se quedó un rato mirando al Maestro y le preguntó:
-¿Cuándo será el último cambio antes de entrar en la otra Era?
-Estáte atento al Sol.
-Sí, estoy atento al Sol, pero no respondes a mi pregunta.
El Maestro contestó:
-Primero veréis llegar "la nueva Jerusalén como un relámpago de
oriente a occidente". Después veréis a "los cuervos reunirse ante el
cadáver". Habrá enseguida una gran tribulación y después de ella, tres
días de pavorosa oscuridad y un gran cambio solar doble. Luego veréis venir al
Hijo del Hombre con poder y gloria sobre las nubes, tal y como lo prometió, y
al final, los que queden serán reunidos por los seres superiores que acompañan
a Jesús y serán sacados del planeta pues habrá una nueva tierra y un nuevo Sol.
-Pero, ¿cuándo se dará ese doble cambio solar?
El anciano, con cierta sonrisa carismática, respondió:
-Si el Sol mutó con la muerte del Cordero Solar Jesús, como lo has visto,
debes entender que ha de haber muerte de nuevo para que cambie el Sol otra vez.
-Cierto, pero Jesús no puede morir por segunda vez, tal y como está
anunciado.
-No tiene por qué ser el mismo Jesús.
-No entiendo, ¿quién deberá morir entonces para que se dé ese doble
apagamiento solar?
-Lee bien el Libro Sagrado que tenéis en vuestro tiempo:
"Mandaré a mis dos testigos para que profeticen, durante mil
doscientos sesenta días, vestidos de saco. Estos son los dos olivos y los dos
candeleros que están delante del Señor de la Tierra. Si alguno quisiere
hacerles daño, saldrá fuego por su boca, que devorará a sus enemigos. Todo el
que quiera dañarlos morirá. Ellos tienen poder para cerrar el cielo para que la
lluvia no caiga en los días de su ministerio profético y tienen poder sobre las
aguas para tornarlas en sangre y para herir la tierra con todo género de plagas
cuantas veces quisieren. Cuando hubieren acabado su testimonio, la bestia, que
sube del abismo, les hará la guerra, y los vencerá y les quitará la vida. Su
cuerpo yacerá en la plaza de la gran ciudad que espiritualmente se llama Sodoma
y Egipto, donde su Señor fue crucificado. Los pueblos, las tribus, las lenguas
y las naciones verán sus cuerpos durante tres días y medio y no permitirán que
sus cuerpos sean puestos en el sepulcro. Los moradores de la tierra se
alegrarán a causa de ellos y se regocijarán, y mutuamente se mandarán regalos,
porque estos dos profetas eran el tormento de los moradores de la tierra.
Después de tres días y medio, un espíritu de vida que procede de Dios entró en
ellos y los hizo levantarse sobre sus pies, y un temor grande se apoderó de
quienes los contemplaban. Oí una gran voz del cielo que les decía: Subid acá.
Subieron al cielo en una nube, y viéronlos subir sus enemigos. En aquella hora
se produjo un gran terremoto, y vino al suelo la décima parte de la ciudad, y
perecieron en el terremoto hasta siete mil seres humanos, y los restantes
quedaron llenos de espanto y dieron gloria a Dios y al cielo. El segundo ¡ay!
ha pasado; he aquí que llega el tercer ¡ay!."
-Como ves, hijo mío, lo mismo que ocurriera con Jesús, así ocurrirá con los
dos testigos. Después de este cambio y de estos hechos serán muy pocos los años
que quedarán para la gran evacuación de los señalados en el corazón y en la
frente.
-Pero, ¿cuántos serán los salvados y cuántos los años que nos falten?...Debo
prepararme.
-En verdad te digo, hijo mío, que quien busque salvar su cuerpo lo perderá
para siempre. Quien construya refugios será sepultado por su propia
construcción, quien guarde para comer en exceso, en exceso pasará hambre y
privaciones. Sed vosotros como los pájaros del campo. Buscad el Sol de cada día
y sed limpios de corazón en hábitos y costumbres, pues seréis guiados y
llevados hacia los lugares precisos cuando sea el momento. No aprendáis a
almacenar sino a vivir con lo necesario, haciendo que los hábitos inadecuados
desaparezcan de vuestra vida. Escrito está: "Vi un cielo nuevo y una
tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y
el mar no existía ya".
(Si efectivamente el Apocalipsis tiene razón, el vidente Juan el
Evangelista no vio a la Humanidad salvada y redimida sobre la Tierra sino sobre
otro planeta).
Marco vio y vivió cuanto aquí se ha narrado, y aún más que guarda
celosamente en su corazón y que a las almas puras revelará a su tiempo. El de ayer
y el de hoy son el mismo, pero en tiempos y espacios diferentes. Los mismos
personajes siguen activos con sus astronaves dispuestas para seguir en la
revelación de la eterna sabiduría. Sólo quienes han alcanzado la vista al
espíritu tendrán la confirmación de su presencia y su consuelo, mientras que
quienes hayan vivido la presa de los delirios materiales, en la tierra y con el
barro, en polvo se convertirán.
Aquel día en Palestina sobraba una nube, una nube metálica y brillante,
vista por pastores y labriegos. En dicha nube, como en el caso de Jonás,
viajaba Marco que de nuevo se vio depositado en la pradera vecina a su casa.
Sólo habían pasado unos minutos de tiempo, aunque él vivió hechos y
acontecimientos que duraron más de dos mil años. ¿Cómo fue posible?...
Creer cuanto aquí está escrito está en función de la aprobación interna de
cada uno, pues sólo quien sabe dirá con el corazón: "¡Sí!", mientras
que otro pensará que he contado uno de mis mejores cuentos. ¡Adiós, Marco!
Muchas gracias. Espero que vuelvas a visitarme.
Y se me presentó de nuevo el templo de cristal donde viera a las jerarquías
que todo lo gobiernan. Comprobé que con la muerte de los dos testigos se
consumió el pez depositado en el ara romboidal, y que con el apagamiento solar
se consumió el pan que también estaba allí. Siempre que arriba ocurre algo,
abajo repercute. Es la vieja ley traída por el gran Hermes que así lo notificó
a cuantos lo rodeaban.
Y vi después salir al más joven de los 33 que tenía el Sol en el pecho y
que con fuerza y decisión irrumpió desde el final de su fila y puso un cántaro
con agua en el ara sagrada -Era Acuario- para que todos los reunidos -24
Ancianos, 4 Vivientes, 72 Príncipes del Mundo, 33 Señores de la Luz- y la gran
multitud que rodeaba el templo en número de 144.000 personas, vieran el cántaro
luminoso que a modo de nuevo Grial iluminaría los misterios de otros 2.160 años
donde sería desterrada la muerte, la violencia y el desamor.
Y se apagó la visión y se cerraron los paneles que tantas cosas le habían
mostrado. El Maestro anciano desapareció como había venido y nuestro Marco
retornó a la soledad curiosa de la enorme sala del "carro de fuego".
Lice Moreno
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