Parte 1/3
"Un joven espigado, con más harapos que ropa y despierto; muy
despierto por cierto y con el pelo ensortijado tan común entre todos los
vástagos de la raza. El lugar, los confines de la ciudad, la enorme ciudad de
Jerusalén, con la suntuosa belleza de su templo y la gallardía o peculiaridad
de un pueblo indomable, prendido de los preceptos y de las normas religiosas.
Adobes amarillentos semicaídos, mezclados con techos de paja que milagrosamente
se sostenían en pie. Correteando por los callejones alguna gallina, cerdo o
conejo, junto a todo un enjambre de cosas, polvo, historia, tradición y
fanatismo, que componían la columna vertebral y el corazón de Juanito -ya casi
Juan- llamado por otros "Marco" como lo mandaba la costumbre.
Nuestro muchacho abandonó el grupo de jóvenes y se adentró por la era
campestre que aún con resto de la trilla, parecía cubierta por una manta de
espigas doradas. Cerquita de una loma y mirando unos olivos se sentó pensativo,
al igual que el animal descansa después de sus correrías.
Así estuvo veinte minutos, más o menos, cuando súbitamente se dio cuenta de
que estaba en un sitio aislado. Era como una extraña sensación en la que aún
estando parado parecía que volara o que flotara. Una neblina blanca le envolvió
más y más hasta que perfectamente mareado comenzó a devolver, pues algo que no
veía pero que estaba allí, le iba ascendiendo.
Perdió la sensación del espacio y del tiempo y enseguida se vio en una
estancia que nunca antes había visto. La luz que envolvía dicho lugar no salía
de ningún sitio en especial. Marco giraba la cabeza como conejo asustado
buscando la tea o el fuego que diera esa luminosidad, pero ciertamente no la
encontró. El suelo era de una belleza inusitada, como el más puro metal
argentífero, ni siquiera en el templo o en la casa de las ofrendas había visto
tal magnificencia. Las paredes no manchaban pero brillaban como si alguna
resina o grasa se hubiera deslizado por ellas y de ahí la peculiar luz que
emitían. Estuvo maravillándose un rato a la vez que comprobó asombrado que la
pradera de donde hacía unos minutos había partido, no existía ya bajo sus pies.
Se pellizcó con fuerza varias veces y tocó las paredes a fin de cerciorarse de
que no estaba durmiendo. Efectivamente se encontraba en total vigilia
perfectamente despierto.
Marco estaba en el lugar más raro que jamás hombre o criatura alguna haya
imaginado. Pasaron unos doce minutos en esta pauta invariable cuando la
desesperación del muchacho fue sosegada con un oloroso perfume que tampoco veía
de dónde procedía. Algo estaba pasando que le hacía sentirse bien; muy bien por
cierto.
Después, una vez calmado, se abrió la pared -aunque no había ninguna
puerta- y apareció un hombre sencillamente imponente, con barba blanca y porte
magistral que rebosaba aristocracia de espíritu. Una túnica también blanca
cubría su cuerpo de gran estatura y hacía resaltar sus ojos que parecían
luminarias o pedazos de Sol ardiente que hubieran sido robados al astro que nos
alumbra.
Del propio suelo salieron dos taburetes del mismo material que el resto de
la sala y Marco se vio sentado en uno mientras que en el otro lo hacía el
anciano. Sería indescifrable su edad, pues hay elementos que no están en el
tiempo sino que son el tiempo mismo y es imposible medirles o contenerles. Así
era el que llamaremos "Maestro" quien enseguida tomó la palabra con
pauta sosegada pero a la vez firme y concreta.
-Querido Marco, estás ahora en mi presencia para cumplir un programa que
sólo entenderás al cabo de dos mil años. Es necesario que las imágenes sean
grabadas en tu espíritu para que luego el devenir de la Historia te dé la pauta
de conocimiento necesario para interpretarlas. Ahora, querido hijo, están en la
dimensión donde el tiempo no existe como vosotros lo conocéis, sino que se vive
en el eterno presente haciendo que el pasado, presente y futuro sean una misma
cosa a la vez.
Marco se quedó perplejo y respondió:
-Señor, ¿cómo puede el hombre vivir dos mil años?
-Ya lo sabrás hijo mío, pero como te digo, será al tiempo de trascender a
la Humanidad cuanto ahora te desvelaremos. Nada o casi nada entenderás pero
pasados esos dos mil años las imágenes que ves ya sabrás entrelazarlas y coordinarlas
haciéndolas legibles para quienes deben escucharte.
Prosiguió el Maestro:
-Te serán desvelados los sellos del conocimiento a través de las imágenes
que poco a poco te mostraremos y que tú mismo interpretarás.
-Sí Maestro, así será si tú lo dices. Yo no soy hombre cultivado para
reprocharte nada.
-Hijo mío, Dios vive más cómodo en los humildes que en los potentes pues en
los humildes se realiza sin oposición y sin perjuicio mientras que los potentes
no tienen espacio para el milagro ni para la lógica divina, todo lo tienen ya
respondido de antemano.
En tu pueblo y en todos los pueblos de la Humanidad nos conocéis como los
Dioses y os maravilláis de nuestras evoluciones en vuestros cielos, en los
llamados "carros volantes". Tú ahora Marco estás precisamente en uno
de ellos.
El Marco de ayer se quedó perplejo y sencillamente estupefacto. Menos mal
que ahora sabe que los ángeles de ayer son los extraterrestres de hoy y que los
carros de fuego no son otra cosa que los famosos platillos volantes de nuestros
días, y no sólo de nuestro siglo sino de toda la Historia de la Humanidad. No
sólo están con nosotros sino que como dice el Génesis: "Los hijos de Dios
se juntaron con las hijas de los hombres y las fecundaron". Queramos o no
somos hijos de extraterrestres por encima de dogmatismos y religiones. Pero
claro está, esto lo sabe el Marco de hoy y no el de antes, que es quien en
aquel momento sufría el contacto con una lógica superior.
Como veréis a lo largo del relato, Marco es uno pero a veces parecerá el ignorante
del barrio azul de Jerusalén en el albor del Siglo I, y casi inmediatamente
pasará al Marco del Siglo XX. Ya lo dijo el anciano: "El tiempo no
existe", en la dimensión de la experiencia que estamos contando.
Del fondo de la sala circular emergió casi espontáneamente y sin previo
aviso una gran ventana luminosa que de repente comenzó a mostrar imágenes de un
cielo estrellado. Tantas y tan seguidas aparecían que el joven comenzó a
marearse ante la vista tuteladora del Maestro.
-Hijo mío, para abrir el primer sello debemos limpiar nuestra mente de
escorias y nuestra alma de complejos pues pisaremos suelo sagrado.
Marco sintió cómo sus músculos se paralizaban así como su corazón que ya no
sentía. A veces le ocurría esto en el sueño, parecía dejar su cuerpo moreno en
el lecho a la vez que era capaz de ver las murallas del templo, incluso las de
otros templos y otras ciudades lejanas. Seguramente el Marco de ahora se diría
a sí mismo: "¡Burro!, eso es un viaje astral"...
La pantalla mostraba imágenes de estrellas, planetas y vacío cósmico que se
sucedían a gran velocidad. De pronto, todo cesó y apareció el más majestuoso
templo que jamás pudo imaginar. Era de cristal purísimo, casi impenetrable.
Nunca se había visto vidrio o aleación tan perfecta en el planeta Tierra. Pero
estaba allí, majestuoso, poderoso y sugerente.
-¿Estás viendo ese templo, Marco?
-Sí, Maestro, y me da miedo.
-No temas, el hombre tan solo debe temerse a sí mismo pues siempre pierde
su propio control. Ten valor y camina conmigo hacia el interior.
Y las tres escaleras que accedían a la puerta fueron franqueadas para
posteriormente acudir a una inmensa sala que rebosaba luz, en la que no existía
nada colgado en las paredes. Su atención sólo se fijó en la parte central de
dicha estancia sobre la cual yacía un cordero de lana blanca. Sus ojos eran
simplemente la dulzura misma, tanta que al mirarlo, Marco comenzó a llorar con
sentimiento de infinito amor. Detrás del ara donde estaba el cordero vio
veinticuatro tronos en los que sabía estaban sentados veinticuatro ancianos que
no logró ver. Era como un sentimiento más que una certeza, pero casi podía
asegurar que aquellas luces sinuosas sobre los asientos de los tronos no eran
otra cosa que seres de un altísimo grado vibracional.
De los cuatro lados del ara salieron cuatro líneas de distintos colores que
unidas en sus extremos formaron un rombo en cuyo centro, como antes he dicho,
yacía el cordero. En el extremo de los cuatro lados del rombo había cuatro
tronos a cual más majestuoso sobre los que también, y a semejanza de los 24 que
circundaban la sala, sólo aparecían luces sinuosas que representaban acaso las
figuras portentosas de cuatro jerarquías, unidas entre sí y unidas a su vez al
cordero formando todos uno.
Así estuvo un rato contemplando las maravillas de aquella extraña visión
cuando del fondo de la sala, en perfecto peregrinaje, se acercaron poco a poco
en fila india, 72 ancianos tapados con una capucha. Vestían de cáñamo o quizás
lino blanco puro y sus gorros eran de tipo franciscano y de color más oscuro.
Se pusieron a la izquierda del cordero y de los cuatro tronos, destapándose la
capucha. Observó Marco que el primero era muy viejo, parecía a punto de morir y
así iba descendiendo la edad hasta el más joven de la fila que también con grandes
barbas parecía el más lozano.
Del lado derecho del templo llegaron 33 seres luminosos -también muy
viejos- que llevaban sobre su frente un Sol brillante. Eran sencillamente
indescriptibles. Con paso quedo y solemne, ocuparon el lado derecho del cordero.
En esta fila era al revés, el primero parecía el más joven, mientras que el
último parecía el más longevo. Luego, los dos primeros de la fila se acercaron
al cordero y se dispusieron a sacrificarle. Tomó el de los 72 al animal por los
pies, sujetándole la cabeza mientras que el más joven de los 33 cogía el
cuchillo ceremonial, que tenía forma de cruz, y lo hundía sobre el bicho que
agonizaba en silencio con la más infinita ternura del mundo.
Marco quiso abalanzarse sobre todos aquellos seres pero una extraña fuerza
se lo impidió. Simplemente lloró lánguidamente al unísono del cordero. Parecía
que a cada estertor de muerte un trozo del alma del joven se rompía y se perdía
para siempre. Extraño dolor este y más extraña aún la ceremonia tan macabra.
La sangre empapó el ara y vertido el líquido todos los ancianos se
alegraron y cantaron bellos cantos que vibraban como arpas celestiales.
Después, el último de los 72 trajo una canastilla con un pez en su interior y
el último de los 33 otra con un pan. Ambas ofrendas fueron depositadas en el
altar con la sangre coagulada del cordero. Se movieron todos los ancianos
alrededor del ara que tan solo tenía la sangre, el pan y el pez depositados y
formaron entremezclados la estrella de seis puntas que Marco conocía muy bien
pues era el estandarte de su pueblo: el emblema de David, el rey más poderoso
del pueblo de Israel.
Se marcharon después todos para reunirse al cabo de 2.160 años. Quedó el
templo vacío con el ara y las ofrendas depositadas.
Marco no entendió nada y tan solo vibró con fuerza maravillado de cuanto
había vivido y que ahora, ya en el taburete y con la pantalla cerrada, se
esforzaba en retener. En esa reflexión y maravilla, tomó la palabra el Maestro:
-Bien, querido hijo, todo esto que para ti no tiene sentido, lo tendrá
dentro de dos mil años. A lo largo de varias vidas te programaremos muchas
experiencias que puedan en su día darte la luz del espíritu para que seas tú a
explicarlas a las gentes.
Por eso el Marco de hoy sabe que el cordero es la simbología de la Era de
Aries que concluyó con el sacrificio del animal indicando el final de ese
período, junto con la canastilla y el pez que representaba la Era Piscis que
comenzaba. Los 72 y los 33 no son otros que la jerarquía que gobierna la
Tierra. Los 33 provienen del Sol, de ahí que su atributo fuera el pan, símbolo
de la perfecta cristificación solar.
Siempre en cada Era por terminar y comenzar, ambas jerarquías se juntan
para la ofrenda correspondiente al nuevo ciclo y sacrifican simbólicamente el
ciclo anterior mediante la abolición de la ley antigua entregada por el anciano
al más joven que es el que después de su vivencia se volverá viejo a su vez a
lo largo de esos miles de años.
El Marco de hoy también sabe que los 24 ancianos son los máximos representantes
de la galaxia y que son los notarios nombrados por el Padre o Sol Manásico
Central que a modo de observadores controlan los actos de dicho relevo cósmico.
Los Cuatro Vivientes o cuatro ángulos del rombo no son otros que los cuatro
seres que subieron al espacio librándose de la muerte: Jesús, Moisés, Enoc y
Elías; los cuatro arquetipos operativos para la materia. Juntos forman la cruz
o rombo propio de la formación de la materia. Sobre ellos está el poder de
formar y concretar las ideas del Padre haciendo girar la cruz hacia un lado o
bien disolver la vida y proceder a su aniquilamiento si así lo deciden de común
acuerdo. Operan sucesivamente por su orden de aparición haciendo que Enoc
anuncie y dicte; Elías defienda y consolide; Moisés dé paso al atrio del
conocimiento supremo y Jesús compenetre en la idea máxima creadora haciéndose todos uno con el Padre de todo
cuanto existe.
Pero volvamos al Marco de antes pues todavía vivió muchos más procesos, que
olvidando algunos detalles, conviene contar en síntesis para los lectores de
este tiempo.
Díjole el anciano de barba blanca: "Lo que has observado aquí está en
el universo etéreo, es decir, en lo imponderable. A ningún ojo mortal le ha
sido permitido ver, tan solo a ti y pagarás caro por ello pues en tu mundo el
conocimiento es difícil de conservar y de expresar en medio de la ignorancia.
Ahora verás la ejecución directa de ese plan que ya se lleva elaborando desde
hace 42 generaciones. Fue en Abraham y luego en el rey David donde se modificó
parte de la genética de la raza a la cual perteneces."
Calló por un momento viendo el asombro del joven y luego prosiguió:
"No importa si ahora no entiendes, el proceso se dará de igual forma.
Vuestra raza fue elegida en el tiempo de Egipto, y como te he dicho, tratada a
través de 42 generaciones. Faltan ahora las siete últimas para conseguir que
"el árbol dé el fruto deseado" y que una calidad humana pase a la
Nueva Era totalmente redimida y consciente de sus valores
genético-espirituales. Hemos elegido por tanto este vehículo de conciencia, que
eres tú, para contar los detalles básicos del proceso. Presta atención ahora
pues seguirás viendo cosas asombrosas y absurdas que como dije y repetiré, las
entenderás después."
Volvieron a abrirse los paneles del tiempo y de nuevo Marco vio en
Jerusalén a su madre, el hogar y su barrio. Siguió por la callejuela hasta el
templo, esa joya sagrada a la que difícilmente se podía acceder si no se estaba
pulcro e inmaculado. Parecía que fuera él mismo a caminar por las losas del
patio tan bien dispuestas y de colorido pardo y oscuro, pisadas por tantos
fervientes adoradores de Yavé, el temible Dios del que dependían en cuerpo y
alma.
Miró hacia la parte alta del edificio y vio otro carro de fuego ardiente o
platillo volante y enseguida observó a los visitantes del templo que caminaban
por el patio central. Seguramente saldrían corriendo despavoridos después de
ver aquel monstruo de metal. Pero contra todo pronóstico no se movieron e
incluso parecían ignorar aquel objeto.
-No, hijo no, no lo pueden ver -dijo el Maestro- sus ojos están en distinta
frecuencia visual. La astronave que ves lleva consigo al más excelso mensajero
de Dios que vosotros llamaréis más tarde "Gabriel". El gobierna todos
los procesos de fecundación que se dan en el sistema solar.
Marco volvió a los paneles sin comprender nada y siguió mirando atento.
Ahora era el Sancta Santorum lo que se veía cubierto por el gran velo de
terciopelo rojo que sólo el Sumo Sacerdote podía traspasar para ofrendar a Dios
los bienes que representaban los fieles. Vio a un hombre anciano de barba larga
en forma de tirabuzones con un turbante en la cabeza y un gran escapulario al
cuello, que con cierto manejo de hábito accedía al interior del Sagrario tapado
donde se encontraba el Arca de la Alianza que nadie había visto nunca y que
ahora él podía ver a la perfección sin ninguna dificultad, era como estar allí
pero sin estar. El caso es que más de una vez intentó llamar la atención de
aquel viejo sacerdote, llamado Zacarías, y éste ni se enteraba, a pesar de su
presencia. Seguramente, como le había dicho el Maestro, también él estaba en el
mundo de los fantasmas y a semejanza del carro de fuego, nadie le podía ver.
Zacarías era muy conocido en la ciudad y vivía en el lado opuesto a la casa
de Marco, en la parte más alta de la ciudad al pie de una pequeña loma que daba
acceso a la explanada del templo. Decía que era muy conocido debido a su
aristocracia y fuerte personalidad de realización en Dios y en su doctrina.
Tanto él como su esposa Isabel eran un ejemplo vivo de recogimiento y de
trabajo entregado al servicio del templo y del hogar. Nadie conocía que
Zacarías hubiera levantado la voz ni que Isabel se prestara a diálogos vanos
entre las vecinas pues ciertamente si hay un defecto en el pueblo de Israel lo
propician las mujeres que son simplemente las más "cotillas" o
criticonas del mundo. De hecho, fueron varias las veces que los enviados
celestes amonestaron en este sentido.
Tanto Isabel como Zacarías habían realizado perfectamente la vida de esposos
y de hombre y mujer probos y diligentes pero no tenían hijos. Esto en el pueblo
se consideraba casi una falta. Zacarías sufría por ello y en la medida que
pasaba el tiempo llenó de súplicas y oraciones los minutos y segundos de cada
noche de vigilia. Pedía a Yavé un vástago que continuara con su casa y su
estirpe de hombres fieles y servidores de Dios. Se había ya resignado puesto
que Isabel era ya infecunda y él tampoco estaba para alardes en este sentido.
Tomó el incienso con la mano para ofrendarlo en el Sancta Santorum y se dispuso
a realizar lo que por turno riguroso le correspondía como sacerdote de Yavé.
Justo en aquel momento, Marco vio cómo de la astronave situada encima del
templo, salía una luz tenue de color violeta y al instante, como si de
relámpago se tratara, salió el ser más excelso que jamás ser humano haya podido
ver. Con vestimenta plateada y porte divino se situó al lado derecho del ara
donde ofrendaba Zacarías. Su altura era superior a cualquier gigante, su
expresión, simplemente inenarrable. Una belleza que no se podía ubicar en
ninguna zona del cuerpo y que emanaba perfección en la presencia misma del
sujeto.
-Sí, hijo mío, ese ser que ves está enviado por la jerarquía que antes
contemplaste. Como te he dicho anteriormente, será llamado "Gabriel"
en vuestra cultura.
Zacarías giró la cabeza para comprobar si los cirios del candelabro estaban
ardiendo y se quedó perplejo. La ardiente y maravillosa figura se le manifestó
con toda fuerza. Al principio solamente miró pero luego le entró auténtico
pavor y quiso salir corriendo. Sin embargo algo le retuvo y le apegó al suelo.
Aquella visión de ángel luminoso habló:
-No temas, Zacarías, porque tu plegaria ha sido escuchada e Isabel, tu
mujer, te dará a luz un hijo al que pondrás por nombre Juan. Será para ti gozo
y regocijo y todos se alegrarán por su nacimiento porque será grande en la
presencia del Señor. No beberá vino ni licores y desde el seno de su madre será
lleno de Espíritu Santo. A muchos de los hijos de Israel convertirá al Señor su
Dios y caminará delante del Señor en el espíritu y poder de Elías para reducir
los corazones de los padres a los hijos y los rebeldes a la prudencia de los
justos, a fin de preparar al Señor un pueblo bien dispuesto."
Dijo Zacarías al ángel: "¿De qué modo sabré yo esto? Porque yo soy ya
viejo y mi mujer muy avanzada en edad". El ángel le contestó diciendo:
"Yo soy Gabriel que asisto ante Dios y he sido enviado para hablarte y
comunicarte esta buena nueva. He aquí que tú estarás mudo y no podrás hablar
hasta el día en que esto se cumpla por cuanto no has creído en mis palabras que
se cumplirán a su tiempo".
El pueblo esperaba a Zacarías y se maravillaba de que se retardase en el
templo. Cuando salió no podía hablar, por donde conocieron que había tenido alguna
visión. El les hacía señas pues se había quedado mudo.
La nave que permanecía encima del templo se esfumó en una décima de segundo
antes de que Zacarías saliera y asimismo el Atrio Santo del Señor quedó tapado
por el lienzo rojo de terciopelo. En su interior, el olor de la grasa y el
aceite, mezclados con el incienso de las ofrendas, dejaron a Marco en un sopor
o éxtasis casi perfecto y no se enteró cuando los paneles de la visión quedaron
en blanco. Absorto en la figura de Gabriel y en sus ojos, esos maravillosos
ojos tan bellos y elocuentes a la vez que poderosos y firmes. Es inenarrable
tanta belleza y casi un insulto contarlo pues las propias palabras mancillan el
recuerdo del espíritu que quedó marcado a fuego con aquel acontecimiento.
El Marco de ahora que transcribe desde el recuerdo del Marco de antaño,
está cansado y un poco abatido. Deja el trabajo de la pluma para recostarse en
otras plumas -las del sueño- y así su imaginación sigue volando por el mundo de
los deseos a la conquista de la deseada quimera del bien. "¡Duerme
Marco...Duerme, que las estrellas velan tu sueño!..."
De nuevo en la pirámide y en breve meditación: "¡Señor, ayúdame a
proseguir con lo que tú y yo sabemos. Con esto que me muestras en el
alma!"...Como única respuesta: "¡Animo, hijo mío y
adelante!"...y al Marco de ahora le basta.
El anciano habló al muchacho:
-Esto que has visto es la realidad inmediata de este tiempo, pero ahora te
mostraremos cosas que sólo podrás contar y entender más tarde. Como viste antes
la jerarquía de la Tierra o Príncipes del Mundo, como así los llamaréis, en
número de 144 o 72 astrales, han designado ya su paladín y se disponen a darle
forma en el vientre de su madre, Isabel. Esa jerarquía está contenta y
preparada para realizar la misión de preparar al enviado de la otra jerarquía
que todavía no ha actuado.
Se abrió de nuevo el panel y otra vez el carro de fuego sobrevolando la
humilde casa de Zacarías. Me situé al lado de un ser con buzo blanco luminoso,
de pelo lacio níveo y de expresión beatífica que me mostró varias secuencias de
televisión en las que se veía a Zacarías e Isabel juntos en un humilde hogar de
leña -muy similar a los hogares castellanos antiguos- lleno de chamuscadas
negras de las frituras y condimentos y un poco lúgubre. Oscuridad de hogar
tierno de mujer resignada y humilde, propia de tareas de su casa pero con el
eterno encanto de la bondad materna femenina. Parecía como si Isabel hubiera
esperado ansiadamente ese momento o simplemente existiera para ser vehículo del
milagro de la fecundación más sublime que hubiera podido imaginar.
Tristeza del Marco de hoy que asiste a los llamados "Movimientos de la
Liberación de la Mujer" que no suelen ser otra cosa que un retorno a
valores primarios de lo que representa el prototipo de mujer. Quizás Isabel
fuera uno de los pocos baluartes que todavía nos mostrarían, no sólo la
vocación de ser madre sino de vivir al mismo tiempo y con igual dignidad y gozo
su condición de mujer, compañera y templo del Espíritu Santo. ¡Enfín!, sólo
estando en presencia de estos seres se puede hacer un juicio de valor de lo que
estaba destinada a ser y ha terminado siendo el común denominador de la mujer
de nuestros días.
El viajero del espacio de tan blanca y luminosa presencia, pasó a mostrarme
después la fecundación del óvulo femenino por medio del impulso dado al
espermatozoide que previamente había sido aislado a Zacarías. Luego, las
diversas fases de crecimiento fetal hasta los nueve meses y las intervenciones
a lo largo de esas etapas por parte de los seres del espacio. Para imaginar
esta intervención os pido que hagáis o que os quedéis con la propia visión del
Marco palestino, que simplemente veía proyectarse una manguera de luz al
vientre de Isabel. En cualquier caso, esa luz era información que con una longitud
de onda y frecuencia muy altas traspasaba la materia y construía el aura del
que sería "Juan el Bautista".
(CONTINUARÁ)
Lice Moreno
Asociación
Adonai, Fraternidad Cósmica
*
Voces Cósmicas
blogspot.com
Espacio de Luz – luzdeespacio@gmail.com
En servicio
*
Este sitio emplea cookies de Google para prestar sus servicios, para
personalizar anuncios y para analizar el tráfico. Google recibe información
sobre tu uso de este sitio web. Si utilizas este sitio web, se sobreentiende
que aceptas el uso de cookies.
No hay comentarios:
Publicar un comentario