Junio 2015
Las etiquetas forman una parte fundamental dentro de la programación
mental a la que hemos sido sometidos durante toda nuestra vida. Las etiquetas
al igual que los símbolos forman parte del apoyo pedagógico por el cual se
nos somete como individuos y como ciudadanos. Fue a través de estas
herramientas como nos guían y nos canalizan hacia el destino que desean ir
materializando en el ideario colectivo. Las etiquetas son un modo por el cual
se hace una toma de contacto real con la asociación y la disociación. Como
individuos nacemos asociados y disociados a distintos elementos que son
integrados a través de la familia, la cultura y la tradición, para legar a
formar parte del colectivo y diferenciarse con respecto a otros, en una forma
dual de asociar y disociar, que a través de etiquetas, nos propone
identificar a ciertos elementos como afines, sin tener que recurrir a otras
formas más emocionales de afinidad.
La programación mental que crea esto, provoca que directamente
identifiquemos a otros seres que interactúan directa o indirectamente con
nosotros, según la imagen que proyecte y las etiquetas que lo definan. Sin
llegar siquiera a cruzar una palabra, podemos (o creemos) saber cómo es y si
es o no afín a nuestro estatus social. Las etiquetas están constantemente en
nuestro presente, y es una forma injusta de compartimentar a las personas y
las relaciones que tenemos con ellos, según las etiquetas que porte o les
hayamos adjudicado. Nuestro criterio a la hora de etiquetar a los otros
dependerá en gran medida de la educación y la programación a la que hayamos
sido sometidos (o logrado acceder voluntariamente), ya que según sea de
rígida esta, nos impedirá estrechar vínculos con otros seres que sean de un
estrato social distinto al nuestro.
Las etiquetas van más allá del mero clasismo, entre ricos y pobres o
la ilusoria clase media, ya que la programación ha logrado crear distinciones
incluso entre miembros de un mismo clan o familia, creando por defecto un
estado discriminatorio constante hacía con el otro. Ya sea por ética o por
estética, esta clase de ingeniería social, ha creado una nube mental llena de
etiquetas y clasificación automática de individuos, que esta tan arraigada
que nos es prácticamente imposible deshacernos de ella. Forma parte de
nosotros y automáticamente y por defecto etiquetamos al otro antes de poder
crearnos una opinión sobre él. Dentro de las etiquetas hay varios niveles en
los cuales encerramos a nuestros afines y a nuestros enemigos potenciales,
según lo clasifiquemos ira a formar parte de uno o de otro, simplemente por
apariencia. El superficial estado estético nos dice quién y quien no se puede
integrar en nuestro circulo, solo por mera apariencia estaremos en primera
instancia, juzgando y sentenciando a alguien, seguramente para siempre,
eliminando en algunos casos la posibilidad siquiera de equivocarnos, en
nuestro propio juicio, ni que decir que tras este tipo de prejuicios no hay
recurso posible.
Además de etiquetar al prójimo, también nos esforzamos en auto
etiquetarnos y mostrar orgullosos esas etiquetas, para que el otro juzgue
según el nivel que proponemos debe ser iniciado el criterio con el cual él,
nos debe juzgar, del éxito en esta labor dependerá el nivel de reputación que
lleguemos a poseer como individuos y definirnos dentro de la escala social,
según los cánones que sean valorados o más apreciados, dentro de su círculo
de interacción social. Estas etiquetas van cobrando relevancia según vamos
creciendo y adquiriendo destreza en el ámbito social, la proyección que
existe de nosotros, muy pocas veces coincide con los paradigmas con los
cuales la mayoría suele partir a la hora de juzgar y etiquetarnos, aquí es
donde todos los principios que dicen que somos lo que proyectamos se
equivocan rotundamente, ya que nuestra proyección personal, por lo general,
difieren del reflejo que el resto de la sociedad capta.
Este principio solo debe ser tomado en cuenta, en un entorno donde los
individuos no han estado sometidos a una constante programación mental, y se
forma la imagen de la persona según su proyección emocional, sin más filtros
que la interacción del uno con el otro. Pero las relaciones personales y
sentimentales, están viciadas al estar más valorados conceptos
circunstanciales o de clase, por encima de la interacción emocional, que es
donde una persona toma una versión más aproximada y real del otro. No hay redención
posible y una vez hemos prejuzgado al contrario, será muy difícil sacarnos de
esa celda mental en la cual todo acaba siendo, o bueno o malo, según nuestro
paradigma.
Las etiquetas físicas (alto, bajo, gordo, calvo, feo…) dan paso a las
etiquetas estéticas (hortera, ridículo, a la moda o pasado de moda, tribal…)
con ellas nos formamos una imagen aproximada de su estatus y clase social
(rico, pobre, vagabundo, asocial, integro, respetable, inmundo…) y con estas
nos formamos un concepto de personalidad (respetable, delincuente, normal,
friki…) y tras este mínimo proceso pondremos nuestros instintos primarios en
alerta o por el contrario los relajamos y bajamos la guardia. Es un mecanismo
muy básico y muy fácil de burlar, ya que asociamos lo bueno a los patrones,
estético y simétrico, en detrimento del resto, que pasan a ser directamente
una posible amenaza. Evidentemente el margen de error que tiene este
mecanismo es altísimo, pero socialmente es el único aceptado, ya que el nivel
de lo políticamente correcto, estipula que debemos juzgar antes de que nos
juzguen y debemos ganar antes de que nos ganen, pisar o ser pisado, por lo
que constantemente estamos predispuestos a errar y dejarnos llevar por una
primera impresión errónea de todo aquello que nos rodea.
Nuestro modo de etiquetar, no se queda en meros adjetivos estéticos,
ya que si prolongamos el contacto iremos sumando etiquetas según los gustos,
ideas, creencias, procedencia, sexualidad, raza, educación, cultura,
dialéctica, expresión corporal, actitud, carácter, títulos o posición
laboral, y una más que larguísima lista de conceptos que podríamos seguir
añadiendo, para ir haciéndonos una idea de cómo, sin percatarnos, estamos
incluyendo o excluyendo a unos y otros, en nuestros círculos, sin valorar
otras razones por la cuales se crearían vínculos distintos. Con esta vara de
medir, es hasta lógico que caigamos constantemente en relaciones toxicas, ya
que valoramos más lo que aparenta ser, que lo que es el otro en realidad, y
esto crea a su vez que nos esforcemos en aparentar lo que no somos, que lo
que somos, con lo cual estamos cayendo en una doble trampa, que provocara que
entremos en relaciones que se basan en intereses egoístas, materiales o de
control, antes que entablar relaciones basadas en la pura atracción emocional
en la que dos afines son atraídos por pura física elemental. Si aún te
preguntas porque no encuentras esa hipotética alma gemela (o al menos alguien
afín), es porque tus valores y la forma en la que etiquetas y juzgas, pesa
más que lo que sientes.
Deberíamos empezar a atrevernos a entablar relaciones que se basen en
una afinidad emocional, por encima de valores ilusorios como son los
estéticos o de clase, donde solo prima un egoísmo y una necesidad de
alimentar una proyección de nosotros que no se corresponde con la real. Con
lo que sabemos y con lo que conocemos de estos mecanismos de ingeniería de
masas, tenemos las herramientas, para distinguir entre nuestras relaciones
quien aporta, y posee una afinidad emocional con nosotros, y quien solo está
en nuestra órbita por puro interés. Tratar de desvincularnos de todas esas
cosas que se supone que somos, es un primer paso hacia nuestra propia
libertad, es un difícil, pero esencial movimiento, para deshacernos de
nuestro papel dentro del sistema, no podremos encontrarnos a nosotros mismos
si aún guardamos en lo más profundo de nuestra identidad, todas esas
etiquetas que otros nos pusieron y que no forman parte de nosotros.
Estas por encima de cualquier juicio o categoría que quiera encajonar
tu ser dentro de un sistema que te odia y lucha por eliminarte, no puedes
identificarte ni definirte con esos conceptos que no te definen, ni forman
parte de ti, conceptos que no elegiste o que te empujaron a elegir, conceptos
con los que etiquetas y clasificas a otros y que tampoco los define e
identifica. Tu Ser está por encima de todo eso, sencillamente porque no lo
eres, y por mucho que la tradición, la cultura, tu pueblo o tu familia te
empujen a ellos, tenemos que tener el suficiente sentido común para
rechazarlas y no volver a usarlas jamás.
No etiquetes y no permitas que te etiqueten, no eres un objeto que
pueda ser clasificado y archivado dentro de un estrato concreto, dentro de un
ambiente, una sociedad o una clase social. Los seres vivos estamos por encima
de todos los conceptos e idearios que la ingeniería que nos trata de
programar, trata de asignarnos para tenernos claramente identificados,
divididos y dominados, para ser empujados hacia los ríos de tendencias y los
ritmos que deseen implantar, según su agenda. Nos están acostumbrando a usar
esos “Tags” casi constantemente, etiquetamos lo que pensamos, como nos
sentimos y lo que hacemos, nuestro criterio, nuestros amigos, pareja e hijos,
todo etiquetado, clasificado y archivado, es un paso hacia la robotización
mental que tanto precisan, un robot biológico etiquetado y sin alma.
Despierto, dormido o borrego, tampoco han de ser etiquetas que portes
o hagas que porten otros, ya que se supone que estás cambiando de nivel de
conciencia, pero tu programación es tan férrea que seguirás siendo la misma
persona, con los mismos prejuicios y los mismos programas, solo si te
percatas de esto, habrás avanzado lo suficiente como para poder empezar a
desprogramarte y ser un Ser vivo consciente y con conciencia.
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